Sexta Cruzada

La cruzada tiene varios pasos:

  • 1°: Federico II se hace cruzado (1215);
  • 2°: Reunión de Ferentino (1224);
  • 3°: Casamiento de Federico II con Isabel de Brienne, reina de Jerusalén (1225);
  • 4°: Alianza con Egipto contra Damasco (1226-7);
  • 5°: La cruzada (1228-9).

 

La sexta cruzada se caracterizó por dos sucesos inusitados: recuperar Jerusalén y la ausencia de conflicto armado (que si hubo y mucho en… ¡La guerra de los Lombardos!).

 

 

1°: Federico toma la cruz.

 

De parte de Federico II, en la quinta cruzada, acudieron Luis de Baviera y, más tarde, el Canciller Gualterio de Palear junto con Anselmo Justingen y el almirante Enrique de Malta. Como el segundo grupo llegó tarde, les fue muy mal con el emperador a su vuelta; tanto, que Palear terminó sus días en el exilio y Enrique de Malta alcanzó a redimirse (por suerte).

Federico II venía dando largas: primero tenía poner en orden el Imperio y luego lo mismo con Sicilia; de modo que retrasó la cruzada, hasta el límite de lo aceptable, mediante acuerdos con Honorio III. El viejo Papa quería que Federico II cumpliera el voto que tomó en el año 1215 en Aquisgrán.

 

2°: Reunión de Ferentino (1224).

 

Cuando se acabaron los amargos y recíprocos reproches por el fracaso de la quinta cruzada, tanto el emperador como el Papa se reúnen con los principales hombres del reino de Jerusalén (grandes maestres de las órdenes de caballería; el rey de Jerusalén, Juan de Brienne, y el patriarca de Jerusalén) para discutir el plazo y condiciones de la siguiente cruzada.

Vale aclarar que la cruzada, durante este proceso, contaba con el Papa Honorio III; durante la segunda etapa, el Papa entronizado será Gregorio IX.

Cencio Savelli (Honorio III) era un hombre de carácter templado. Excelente administrador y no tenía la política interventora de un Inocencio III o de un Gregorio IX.

 

3°: Casamiento de Federico II (1225).

 

Federico se casa con la hija de Juan de Brienne en el año 1225. De ese modo, al igual que Guy de Lusignan con Sibila, se convierte en rey consorte; de acuerdo al derecho del reino de Jerusalén, su corona dependía de su esposa. De aquel matrimonio nace Conrado, pero la emperatriz muere poco después del parto dejándolo a Federico II en una precaria situación legal como rey de Jerusalén.

En el séquito de la reina venía un grupo de caballeros de Tierra Santa, entre ellos el famoso Felipe Chenart (héroe imperial de la “Guerra de los Lombardos”).

 

4°: Alianza con Egipto contra Damasco (1226-7).

 

Después de que Genghis Khan destruye el reino kwarezmeno, sus habitantes se dispersan a lo largo de la Mesopotamia y son tomados como soldados a sueldo o, por su propia cuenta, se dedican al saqueo. El sultán de Damasco, al-Mu’azzam, proyecta una alianza con ellos contra Egipto; a su vez, el sultán Al-Kamil decide acudir a Federico II para hacer de contrapeso.

Tenemos que admitir que fue una jugada inteligente: por una parte, Federico II era rey de Sicilia, por lo cual contaba con su propia flota; por otra parte, era emperador alemán, de modo que contaba con los caballeros alemanes, descendientes de quienes destruyeron a los turcos en Iconio con el emperador Federico Barbarroja.

Aquí entra en escena un personaje notable: Tomás de Acerra. Federico II siempre enviaba un “hombre capaz” delante de él, este hombre capaz (diplomático, militar, aristócrata) era ni más ni menos que Tomás de Acerra, emparentado con Tomás de Aquino. Probablemente era tío, ya que en las crónicas Aimone de Aquino, hermano de Tomás, aparece como “familiar” de Tomás de Acerra. Del hermano, Aimone, hablaremos en “La Guerra de los Lombardos”. Básicamente, durante 1226, Tomás debía negociar era una alianza estratégica contra Damasco que ya había perdido efecto y lo ponía en aprietos a Al-Khamil, sultán de Egipto.

Lo acompañó Berard, quien luego será arzobispo de Palermo. A su vuelta, visitaron la corte del sultán de Damasco quien, con gran arrogancia, les dijo: “Dile a tu amo que no soy como otros (refiriéndose a Al-Kamil), para él sólo tengo mi espada”. (¡Qué malo!).

Berard volvió, no sabemos cuándo, pero sí sabemos que Tomás de Acerra se quedó como “Baile del Reino de Jerusalén” de parte de Federico II, rey consorte. A su vez, el embajador del sultán Al-Kamil fue Fakhr ad-Din, quien visitó un par de veces Sicilia (una vez en 1226 y la segunda en 1227) e incluso fue “armado caballero” por el emperador en otoño de 1227.

 

5°: La Cruzada

 

Cuando Honorio III muere, Gregorio IX asciende; el nuevo Papa, básicamente, estaba esperando a que Federico II cometiera un error para poder excomulgarlo. Los historiadores coinciden que durante este papado en particular no hubo intenciones recíprocas de vivir en paz con el emperador.

Excomunión: cuando el emperador zarpa rumbo a Tierra Santa, cayó enfermo y tuvo que volverse para recuperar su salud. Vale aclarar que no es el único que cayó enfermo; con él viajaba Luis de Turingia, el esposo de Santa Isabel de Hungría y ella quedó viuda. Como Federico no cumplió, no partió a Tierra Santa, Gregorio lo excomulgó.

Lo que enervó aún más a Gregorio IX fue que el emperador hizo caso omiso a su excomunión y marchó a Tierra Santa; luego, mientras Federico II negociaba con Al-Kamil, su suegro, Juan de Brienne, al mando de las tropas papales, se vengaría de quien tomó su corona.

En Chipre, Federico II tuvo un encontronazo con los Ibelin y luego siguió su marcha rumbo a San Juan de Acre. Se reunió con el remanente de su ejército bajo el mando del duque Enrique de Limburg; los caballeros sicilianos tenían como jefe al Mariscal Ricardo Filangieri, hermano del arzobispo de Bari, Marino Filangieri. El duque de Limburg, para mantener unido al ejército, los llevó a restaudar Cesarea y Jaffa.

Otro de los apoyos más fuertes que tuvo fue el del el Gran Maestre de la Orden Teutónica, Hermann de Salza. Este Gran Maestre comenzó su carrera como caballero en la corte del Landgrave de Turingia y durante su maestría se conquistó Prusia con su primer maestre Balk. La Orden tuvo el impulso más fuerte bajo su égida y siempre medió entre el emperador y Gregorio IX, su sucesor fue el hermano de Luis de Turingia, el cuñado de Santa Isabel de Hungría, que estuvo en el proceso de canonización de su cuñada. Gracias a Hermann de Salza los teutones construyeron la fortaleza de Starkenberg, cuya traducción al francés era Montfort, que pasó a sumarse a los territorios adquiridos del antiguo Senescal de Jerusalén, Joscelino de Edesa.

Los franco-sirios que apoyaron a Federico II fueron Balian de Sidón y Eudes de Montbéliard. Balian era el hijo de Reinaldo de Sidón; una anécdota del antiguo señor de Sidón cuenta que cuando Saladino lo llevó ante los muros de su ciudad para obligarlos a que se rindan en árabe (lo manejaba a la perfección) les decía que se rindieran y luego, en francés, les gritaba que resistieran y que bajo ninguna circunstancia se rindieran. Cuando Saladino se enteró de la estratagema, se enojó mucho y lo mandó como prisionero a Damasco. Balian era el hijo del culto, astuto y respetable señor de Sidón.

A su vez, algunos cruzados franceses aprovechan la ocasión para fortificar una isla de Sidón cercana al puerto (castillo marítimo de Sidón).

De modo que la situación de Federico II en 1229 era la siguiente: destino incierto de su poder en Europa a causa de la invasión de Sicilia por las tropas papales; irrisorio número de tropas cruzadas (los números oficiales eran: 800 caballeros y 10.000 infantes); una alianza caduca por la muerte del sultán de Damasco (el objetivo de su alianza con Egipto era contrarrestarlo) y un objetivo, la conquista de Jerusalén, que ni siquiera Ricardo pudo obtener por las armas ni Juan de Brienne por la diplomacia (a causa de Pelagio).

Todas las demás desgracias que se le pudiesen ocurrir le sucedieron a Federico II, pero se les olvidó una cosa… “Son, I am the emperor Frederick II, savvy?” (Esto es: Hijo, yo soy el emperador Federico II, ¿entendido?).

Federico II era un hombre audaz, valiente y con una superlativa inteligencia que rápidamente lo ayudaba a amoldarse a los diferentes escenarios con éxito. Su multiplicidad de recursos personales le daba un abanico de posibilidades vedadas a otros.

Lo que hizo fue mover las piezas “desde adentro”, como no podía moverlas “desde afuera” porque carecía de ventajas; se ganó al generalísimo Fakrh-ad-Din, que hizo el “trabajo interno” y lo guio hasta su objetivo. Incluso impresionó a los sabios musulmanes, a quienes les enviaba e intercambiaba conocimientos y problemas matemáticos.

A pesar de su excomunión retuvo la lealtad de los Teutones y una “amistosa neutralidad” de los Hospitalarios y Templarios, quienes no se unieron a su causa pero tampoco se mantuvieron al margen.

Cuando se le agotaba el tiempo, entonces recurrió a las armas y realizó la “marcha de Jaffa”. El ejército marchó rumbo a Jaffa, pero lo hizo con tal orden, precisión y disciplina que denotaba que podía, de ser necesario, tomar por asalto Jerusalén. A la altura de Arsuf los “valientes” pidieron que se les unieran los templarios y hospitalarios, quienes tomaron la vanguardia y retaguardia, de acuerdo a costumbres que se remontaban a la segunda y tercera cruzada.

Finalmente, llega a un acuerdo con los egipcios. Recuperó Jerusalén (sin Al-Aqsa, es decir, el Templo de Salomón o lo que quedaba de él; tampoco contarían con la mezquita de Omar) y los sarracenos de Jerusalén estarían bajo la jurisdicción de su propio cadí, esto es, un oficial musulmán que también podía hacer de juez. En el tratado se añade el antiguo Torón de los Caballeros, un bastión que le perteneció al Condestable de Jerusalén, y las ciudades de Nazaret y Belén.

El día 18 de marzo de 1229 se coronó a sí mismo como rey de Jerusalén, muchos lo comparan con Napoleón y otras ridiculeces; lo que Federico II quería plasmar en esa “forma” era que su corona no estaba sujeta a ningún requisito o condición. Es uno de los primeros reyes en querer subrayar que su corona no dependía del Papado sino de Dios (es una historia demasiada larga: el poder temporal, el poder espiritual y “las dos espadas” y no es el momento de entrar en detalles).

Hermann de Salza pronunció un discurso, y en alemán pidió: “…no ir contra el Papa sino contra quienes falsamente informaron al Papa”; al patriarca de Jerusalén y sus seguidores, los templarios entre ellos, los describió como: “falsos cristianos que oscurecieron el carácter de Federico II y se opusieron maliciosamente a la paz”.

Los templarios y el Patriarca no disminuyeron su enconada oposición contra Federico II, sino que aquellas rencillas cooperaron a causar la “Guerra de los Lombardos”. En otoño de ese mismo año, ya en Occidente, el emperador derrotaba a sus enemigos y recuperaba íntegramente el reino de Sicilia.


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