Y la clave para comprender la personalidad de este “cruzado” yace en conocer a su soberano: Felipe II de Francia. Él era un hombre sin escrúpulos; apenas carecía de “temor de Dios”, lo cual está sobradamente demostrado en su elección de obispos: Felipe de Beauvais, tío de Pedro, uno de los grandes enemigos de Ricardo Corazón de León; y ni hablar de usar la religión como instrumento para sus propios fines políticos. Para Felipe lo único que contaba era el poder, nada más. ¿Felipe II quería nobles como él? Bueno, tuvo un hombre tan egoísta como él entre sus barones: Pedro de Bretaña.
Orígenes
Su padre, Roberto II de Dreux, era sobrino de Luis VII y nieto de Luis VI. Era primo de Felipe II de Francia. El hermano de Roberto, Felipe, obispo de Beauvais, fue famoso por su amor a la guerra, tanto que cuando Ricardo lo tomó prisionero, Inocencio III lo dejó a su suerte porque se había comportado como un soldado de Marte (dios de la Guerra pagano) y no de Cristo. Tanto su padre como su tío participaron en la Tercera cruzada y hay algunas quejas contra ellos: no socorrer compañeros de armas.
Pedro y su hermano mayor, Roberto III de Dreux, fueron armados caballeros con Luis (VIII) en el año 1209; por otro lado, su hermano menor, Enrique, se convertiría en Arzobispo de Reims. Y su cercanía a la familia real fue la clave de su ascenso.
Señor de Bretaña
Cuando Arturo de Bretaña muere, Felipe tiene que poner a un hombre de confianza, y elige a Pedro, que le rinde vasallaje en 1213. Si bien el título de Bretaña era “Conde”, él se hacía llamar “Duque” de Bretaña y añadía una provocación: “y Earl de Richmond”. El feudo de Richmond fue otorgado por Guillermo el Conquistador al señor de Bretaña por su apoyo en Hastings. Cuando Juan I de Inglaterra va a Bretaña en el año 1213, Pedro es un tanto “ambiguo” respecto a dónde yace su lealtad. Así será toda su carrera: tejes y manejes, idas y vueltas, entre los reyes de Francia e Inglaterra.
A pesar de que esté con Luis (VIII) cuando invade Francia, aprovecha las negociaciones de paz después de la derrota francesa en Lincoln (20 de mayo 1217) para acercarse a la corte inglesa.
Su título no era más que un “temporizador latente”: consorte. De ese modo dependía de una sola cosa: que su esposa no se muriese. Si aquello sucedía tenía tiempo hasta que su hijo fuese mayor de edad. Por esa razón, la gran tarea de Pedro durante este tiempo va a ser la del Administrador Infiel del Evangelio: procurarse un buen retiro.
Guerras contra los señores bretones y la Iglesia
El título de Conde de Bretaña había estado ocupado por un niño y luego vacío de un poder efectivo hasta que llegó Pedro, por lo cual su primer tarea fue poner a “todos” bajo la égida del señor supremo. Había siete grandes señoríos en Bretaña: Rennes, Nantes, Vannes, Quimper, Lamballe, Tréguier y León. No sólo tuvo que presionar a todos los señores laicos, que decantaron por el lado de Pedro o por los diferentes condes, sino también incluyó a los obispos de Bretaña, que solían reclamar derechos absolutos sobre sus ciudades-sede. A partir de entonces va a parecer un Bandeirante batallando a los Jesuitas. Así se ganó su sobrenombre: “Mauclerc”, cuyo origen es “Malusclericus”, la plaga de los clérigos.
Antes de entrar en guerra con el clero, se ganó a sus propios eclesiásticos: las abadías de San Sulpicio y St. Melanie de Rennes, al priorato de Combourg y, no podían faltar, a los Templarios, que lo apoyaron a lo largo de toda su turbulenta carrera, de modo especial el comendador templario de Bretaña.
Pedro tampoco se ahorraría querellas contra señores angevinos (Anjou, al Este de Bretaña) como Amalrico de Craon. En todos los conflictos bélicos siempre obtenía la victoria, y lo notable es la cantidad de batallas en las que estuvo presente.
El “temporizador latente” se hace “patente”
Alix de Bretaña, su esposa, muere el 21 de octubre de 1221 y su hijo y heredero, Juan, contaba con cuatro años, lo cual le daba dieciséis años para “forjarse un futuro”. Si queremos ver a la familia de Pedro, ésta ha sido inmortalizada, irónicamente, en los vitrales de la catedral de Chartres. Painter, su biógrafo, resalta la ironía: probablemente lo hizo con el dinero de la iglesia bretona.
Pedro y Luis VIII
En el año 1219, Pedro participó en la campaña de Luis VIII contra los albigenses, en el sur. Luego, en 1223, es mediador entre Luis y Hugo de Lusignan, conde de La Marche. Y ese apoyo y beneplácito real no sólo le permitió hacer la guerra a los barones angevinos pro-Plantagenet como Teobaldo Crespin, de quien obtuvo los castillos de Champtoceaux y Montfaucon, sino también los castillos del conde Guillermo de Perche, que pasaron a las manos de Pedro: Bellême, La Perrière y St. James (al límite entre Bretaña y Normandía).
Pedro el Rebelde y su estrategia
El juego de Pedro nunca fue fijo, sino fluctuante; salvo al final de su carrera. Durante la mayor parte del tiempo osciló entre las dos coronas (Inglaterra y Francia) y se rodeó de aliados como Hugo de Lusignan, Teobaldo de Champaña, Felipe “Hurepel” de Boulogne y sus compañeros de siempre: Enrique, conde de Bar, su cuñado; y Hugo, conde de St. Pol. Entre sus rivales estaba su acérrima enemiga, Blanca de Castilla; Pedro, ni lento ni perezoso, realiza una campaña de calumnias contra ella y Teobaldo de Champaña, el desertor del bando de los rebeldes.
Desde la coronación de Luis IX hasta su fin como tutor de Juan de Bretaña va perdiendo y ganando feudos y castillos, tanto en Inglaterra como en Francia, a causa de sus alianzas políticas con los diferentes bandos.
El Segundo Casamiento
Pedro, en el año 1230, posiblemente antes del mes de junio, se casó con Margarita de Montaigu, ¿sería ella pariente de los hermanos grandes maestres del Temple mencionados en la “Quinta Cruzada”? Pienso que es muy posible. Lo importante es que fue el primer paso para convertirse en un feudatario independiente, ya tenía algunos castillos en Anjou y casarse con la heredera de Montaigu y La Garnache era un buen extra.
Alianza con Enrique III
En el año 1229, después de presentarle un ultimátum al rey de Francia a través de sus amigos, los templarios, Pedro le rinde vasallaje a Enrique III por Bretaña. Obtiene el feudo de Richmond y dinero; lo cual acarrea la pérdida de territorios en Francia otorgados por los Capeto en el anterior tratado de Vendôme (1227). Al año siguiente, desde mayo hasta octubre de 1230, Enrique III se establece en Bretaña. Se le unirán dos importantes earls a Pedro en esta campaña: Guillermo Marshall, señor de Pembroke, y Ranulfo de Chester; y juntos atacarán, desde el bastión de St. James, perteneciente a Pedro, en el límite con Normandía, no sólo a los aliados bretones de Luis IX, entre ellos el principal es Andrés de Vitré, sino que también organizarán razias en el territorio de Normandía. Cuando Enrique III se retira, deja a ambos earls y 100 caballeros ingleses. El rey inglés, además, se compromete a arreglar los problemas de Pedro con la Iglesia.
Reacción de Luis IX
No solamente le quita a Pedro todos los feudos y bastiones que había obtenido de la corona, sino que también declara que “ha perdido el bailío de Bretaña” y, consecuentemente, desliga a los barones del vasallaje a Pedro. Los testigos de ese documento son el Condestable, Amalrico de Montfort; el Mariscal de Francia, Mateo de Montmorency; Teobaldo de Champaña y Fernando de Flandes, a quien Blanca había mandado a liberar y se lo ganó para su causa. Quienes no firman son sus amigos:Hugo de Lusignan y Felipe “Hurepel” de Boulogne.
El rey avanza en el territorio de Pedro y asedia los castillos de Bêlleme y La Perrière, que caen en sus manos.
Período de paz (1231-1234) y aportes de Enrique III
La tregua entre Pedro y Luis IX, de la cual Felipe de Boulogne era garante, le dio tiempo a Pedro para fortalecerse. Vale aclarar que la conducta de Pedro, al menos hacia el rey de Francia y sus enemigos, fue ejemplar… mientras Felipe estuvo vivo.
Durante estos tres años Pedro pierde sus mejores aliados: Guillermo II de Pembroke (+1231); Ranulfo de Chester (+1232); Felipe “Hurepel” de Boulogne, uno de sus mejores amigos,y Roberto III de Dreux (+ invierno 1233-1234).
Durante este tiempo, Pedro recibió, por parte de Enrique III, no sólo ayuda militar, que incluyó 90 caballeros ingleses y 2000 mercenarios galeses bajo el mando del Senescal de Gascuña; también dinero: 1200 libras esterlinas al año por el feudo de Richmond y un equivalente a 10.000 libras esterlinas por extras; y también consiguió otras 400 para su amigo Felipe de Boulogne. Se calcula que el rey le dio a Pedro unas 16000 libras.
Un Duque humillado y sometido (1234)
Cuando Felipe murió, Pedro soltó la furia de sus mercenarios galeses contra sus enemigos bretones. Pero era inútil, al expirar la tregua el rey Luis IX tenía listos varios ejércitos para avanzar por el Norte, Sur y Este. Pedro se sometió y Mateo Paris, el cronista, dice que Pedro traicionó al rey de Inglaterra; también dice que en Palestina se portó muy mal con Ricardo de Cornualles.
Ya sometido, en Noviembre de 1234 viaja a París para arreglar con Luis IX y Blanca de Castilla.
Un nuevo comienzo (1235-1242)
Al llegar el año 1235, Pedro se da cuenta de lo siguiente: con sus territorios angevinos a lo sumo podía ser un barón de segunda línea; daba por perdida para siempre su esperanza de ser Conde de Flandes, principado que codiciaba desde las épocas de Bouvines, y ya sólo contaba con 2 años antes de que su hijo asumiera el control de Bretaña.
Toma el manto de cruzado y, con esa protección, proyecta dos alianzas: casar a su hijo, Juan, con Blanca, la hija de Teobaldo de Champaña (13 de enero de 1236), ya que el conde estaba un tanto alejado de la Corona; y a su hija, Yolanda, con Hugo, el hijo de Hugo de La Marche (primavera de 1236). Al ver esas alianzas, Luis IX quiso atacar a Pedro, pero el Papa, Gregorio IX, se lo prohibió porque era un cruzado. Al año siguiente, en 1237, deja de ser tutor de Juan de Bretaña y pasa a ser, de nuevo, un simple caballero.
El “temporizador” se agota y parece volver al inicio, pero no era así: tenía los feudos de su esposa y una gran autoridad como capitán. Durante ese período crítico para los grandes principados, que se consolidaban o morían, Pedro se ganó la admiración de su hijo, Juan, quien lo emuló.
Vemos a Pedro como barón de 4 castillos: Champtoceaux, Montfaucon y los de su esposa, Montaigu y La Garnache, todos por la zona de Anjou. Incluso ocupa el feudo de Machecoul para un hijo bastardo, llamado Oliverio, que concibió con una dama llamada “Nicole”.
En el año 1238, antes de irse a la cruzada, arregla todos los posibles asuntos con Luis IX, y luego parte (ver “Cruzada de Teobaldo…”). Vuelve a principios de 1241, y arregla la herencia de su cuñado, el conde de Bar, que murió en la cruzada.
Su oportunismo le ayuda a ganarse al nuevo señor de Poitou, hermano de Luis IX, Alfonso, y durante la rebelión de Hugo de Lusignan en 1241, Pedro estará con el rey en Chinon. Ya era un hombre del rey.
Quienes apoyaban al rebelde Hugo de Lusignan eran Enrique III, Teobaldo de Champaña, Hugo de Borgoña y Raimundo de Tolosa; no era una “pequeña conjura”. Después de la batalla de Taillebourg, el 21 de julio, vencen a los ingleses en una escaramuza y puede darse por terminada la rebelión.
Permanecer del lado del rey le facilitó asegurarse los feudos de su esposa hasta la muerte y un lugar en el Consejo del Rey de Francia.
En el Consejo del Rey (1242-1250) y Paz con la Iglesia (1248)
Durante este tiempo parecía que tendría que comparecer ante los eclesiásticos por sus tropelías contra la iglesia bretona, la cual perdonaba pero no olvidaba. Una de sus maniobras es crear una “Liga contra las usurpaciones del Clero”, y lo único que logra es hacer enfurecer a Inocencio IV. El Papa lo excomulgó y Pedro, como siempre, la recibió con una notable sangre fría que rayaba en la indiferencia. En el año 1248 arregla de modo definitivo todas las querellas con la Iglesia.
En sus últimos años, Pedro es un miembro activo del Consejo. Joinville lo admiraba, y no es imposible que Luis IX reconociera algunas de las buenas cualidades del duque, a quien seguían llamando “Pedro de Bretaña”. También estuvo en el Consejo de Guerra durante la cruzada del Rey; Pedro prefería ir contra Alejandría y aprovechar la superioridad naval de los cruzados.
Durante la batalla de Mansourah, estuvo presente el primer batallón, el de Roberto de Artois; logró escapar de la masacre junto con el conde de Soissons; pero muy herido: un sablazo lo hirió en la cara. Estuvo prisionero de los mamelucos. Después de tantas exigencias, el aventurero, una vez en libertad y camino a Francia, expiró.
Es Painter quien dice que su muerte en la cruzada, la “garantía de salvación”, representó su “principal victoria de su carrera”.
Conclusión
Uno tiene dos opciones al analizar la vida de Pedro: la primera es verlo desde su propio punto de vista: todo vale en orden a obtener “poder”; la segunda opción es un tanto diferente e incluye “juicios de valor”, cuestiones de ética y moral dentro del propio código que reinaba en su época. El planteo de Pedro es actual en nuestros días: ¿hay una ética formal, estable que custodia valores perennes o es… dejarse llevar de acuerdo a donde sopla el viento en orden a obtener el codiciado “poder”? Vale aclarar lo siguiente: ninguna de las dos maneras asegura un resultado exitoso porque, como todo en la vida, existe un elemento, la aleatoriedad, que está más allá de nuestro control.
Vamos a describir, de una manera fría y calculada, lo que Pedro hizo: usó al rey de Inglaterra, Enrique III, y de él obtuvo: dinero para sí mismo; tropas para sus campañas contra sus enemigos bretones; y una alianza para extorsionar a la corona francesa, que fue la que le proveyó el ducado de Bretaña. Respecto de sus hijos: los usó para proveerse alianzas militares que acolchonaran el impacto militar y político de la corona francesa en Bretaña. Usó a sus aliados para sus propósitos personales, cuando logró sus objetivos, los dejó a su suerte. Y convirtió a las “cruzadas” en un simple manto para procurarse la impunidad por sus fechorías contra la iglesia bretona; fechorías con mayor o menor grado de razonabilidad; por otro lado, el clero, al menos en el campo de batalla, no era un enemigo muy digno de cualquier caballero, por más rufián que fuese.
¡Es impresionante! Pedro tomó todas y cada una de las estructuras: corona francesa, corona inglesa, cruzadas, ducado de Bretaña, todas… ¡Y las transformó en un motor que promovían sus intereses particulares! Pocos barones pueden encontrar un par en él. Los condes de la Marche, de Champaña, el duque de Borgoña… Ellos tenía fines personales, pero todos tenían un motor inicial: sus propios territorios, no ajenos; preferían consolidar su poder antes que hacerlo a costa de otro.
Después de un balance de un hombre como Pedro… ¿Algo positivo?… ¿Virtudes? Las que brillan en tiempos de necesidad, y Pedro vivió siempre en ella, son más bien virtudes “coaccionadas” o “inducidas” que “naturales”; todas ellas nacieron de la necesidad. Era un notable capitán de guerra, vivió de victoria en victoria durante su larga vida en Francia; y también en Tierra Santa. Era tan egoísta como Felipe II, y eso es mucho decir; pero hay que rescatar una cualidad: no fue mediocre.
Y este es un punto interesante: ¿cuántos harían las mismas fechorías que Pedro? Ahora, ¿cuántos tendrían los mismos resultados (positivos) que Pedro? ¡Ah, de pronto ser un completo bribón no es tan fácil! Tal vez Pedro era más que un simple bribón.