Cuarta Cruzada

L
a ciudad de Venecia tuv oamplios vínculos con el imperio de Constantinopla, pero desde la aparición de los “latinos” en Oriente (o “francos”, así se los llamaba a los cruzados, del mismo modo que se llamaba “griegos” a los bizantinos) la tensión aumentó notablemente.

Génova tenía algún asentamiento, pero los venecianos obtuvieron notables ventajas comerciales. Estas ventajas se tradujeron en pérdidas para el comercio local y, con el tiempo, el sentimiento “anti-latino” se fue acumulando hasta que en 1171 explotó con la expulsión de los venecianos de Constantinopla.

Como era natural, el impacto se notó y volvieron, pero cuando subió al trono el emperador Andrónico, unió al pueblo a través del sentimiento “anti-latino” y les dio un enemigo común: los latinos. ¡Una táctica tan brillante como perversa! En el año 1182 masacraron a los latinos que vivían en Constantinopla, entre los fallecidos ya figuraba Raniero de Montferrato; su hermano de Conrado fue rey de Jerusalén y Bonifacio de Montferrato participó de la cuarta cruzada.

Lo más interesante de esta cruzada es cómo, de la forma más inusitada, todas las conexiones se fueron forjando lentamente.

Quien iba a encabezar la cruzada era el conde Teobaldo de Champaña, cuyo hermano, Enrique, había sido rey de Jerusalén. Su esposa Blanca de Navarra sería quien impulsaría con más éxito las famosas “Ferias de Champaña”. El lugarteniente del conde y Mariscal de Champaña, Godofredo de Villehardouin, será quien explique la negociación con los venecianos a cambio del transporte y abastecimiento marítimo; asimismo, será uno de los principales cronistas de esta expedición militar. Pero todas las esperanzas se ven frustradas cuando el Conde Teobaldo muere y al llegar a Venecia, no cubren los gastos ni los números.

Enrique Dandolo, Dux de Venecia, les ofrece una salida: destruir a la competencia. Así son obligados a saquear Zara, ciudad que estaba bajo la protección del rey de Hungría, que había tomado la cruz y eso lo convertía en propiedad de un cruzado protegido, de ese modo, por la Iglesia. De modo que al atacar el territorio cristiano de un cruzado, el Papa, Inocencio III, los excomulga (a los venecianos), mas luego se restablece la paz (espiritual).

Mientras tanto, llega un enviado de parte de Felipe de Suabia, hijo menor de Federico Barbarroja y principal contendiente al Imperio. Era el cuñado de Felipe, el príncipe Alejo e hijo del depuesto Isaac Ángel Comneno, sucesor del brutal Andrónico, a quien su paranoia lo llevó a eliminar, uno a uno, a todos los candidatos al trono bizantino. Cansados de él, Isaac Ángel fue emperador y luego depuesto también.

Su hijo Alejo, a cambio de una “remuneración”, pidió que lo colocaran en el trono de su padre. Accedieron; y pusieron asedio de forma espectacular, por tierra y mar, a la enorme ciudad de Constantinopla. Los cronistas dicen: “nunca tantos fueron asediados por tan pocos”.

Si bien el ejército fue eficaz en el campo de batalla, el papel decisivo fue de la flota veneciana: unían barcos y sobre ellos establecían máquinas de asedio, torres de asalto… Si los bizantinos les enviaban un brulote, los venecianos se lo devolvían y los únicos afectados eran los griegos. Hay decenas y decenas de proezas desde la parte más inusitada, los venecianos; ellos dejan muy claro un lema: “a la guerra no se va a improvisar”.

Jonathan Philips le dedica un libro entero a la Cuarta Cruzada y en el último capítulo cita a Roger de Hoveden (uno de los tantos cronistas ingleses de la época): “La ciencia de la guerra no puede obtenerse cuando se la necesita si no se la ha practicado con antelación. Y, de hecho, tampoco puede el atleta aportar alegría a la prueba si no ha sido entrenado para practicarla”.

Pusieron en el trono a Alejo IV, pero para pagar tuvo que sacar hasta el bronce de los palacios; aquello provocó un alzamiento de la nobleza que terminó eliminando tanto a Alejo como a su padre por Alejo Ducas; y nuevamente estalla la guerra entre los bizantinos y cruzados… Nos imaginamos el resultado…

Menos de dos meses después, Balduino de Flandes es coronado emperador y un veneciano, Morosini, es nombrado Patriarca de Constantinopla. Inocencio III se enfurece con los latinos cuando se entera del saqueo de la capital del Imperio de Oriente, pero el daño ya estaba hecho y los bizantinos se retiraron a Nicea y Trebisbonda.

 

Conclusión

 

Siempre se ha maldecido con mucha fuerza este saqueo, atacar a un cristiano de por sí era un algo condenable, ni hablar de hacerlo bajo el símbolo de cruzada. Es cierto.

También Aristóteles dice: “conocer es conocer por las causas”. Esto es, remontarse al origen, ¿uno ha leído la verdadera historia del Imperio Bizantino? Tiene emperadores como Basilio Bulgaróctonos (“Destructor de Búlgaros”, hoy en día lo tildarían de genocida). Lo más impresionante en la historia bizantina no son esas “querellas medievales” que tenían entre ellos, al estilo de una sangrienta batalla de la Guerra de los Cien Años. Lo que impresiona es cómo la traición, la intriga, la corrupción, la locura, la ceguera de la ambición, la soberbia y todos esos actos que convertían a Constantinopla en un constante escenario de batalla. Una guerra menos notable, pero más pérfida y odiosa, con una cualidad: inextinguible.

Cuando alguien conoce a fondo la historia medieval de Alemania, Francia, Italia, Sicilia (normanda) e Inglaterra y ve Constantinopla… Esto es: la verdadera historia de Constantinopla… Entonces qué difícil es decir: ¡pero qué malos eran estos cruzados!

Antes de que Federico Barbarroja pasara por Constantinopla, el Patriarca griego había predicado una cruzada contra los latinos. Vale recordar que en Oriente los patriarcas eran meros títeres de los emperadores, algo que no pasó en Occidente gracias al Papa Gregorio el Grande. Si bien sus continuadores cambiaron su ideal, la esencia estaba: el Papa no es un simple capellán del Emperador. En Constantinopla el Patriarca era un simple capellán del Basileus.

Los bizantinos estaban acostumbrados a la impunidad. Presionaron a los eslavos con impunidad, a los latinos con impunidad… hasta que se metieron con las personas equivocadas: los venecianos y los Montferrato, ellos “se las hicieron pagar”.

Recuperaron su independencia y dijeron: “antes el turbante que la tiara”. Hoy en día Santa Sofía dejó de ser una basílica, se convirtió en mezquita y, con ese estilo, sobrevive como museo.



 

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